Gárgolas insomnes

Octubre 31 de 2008

La última palabra

Tema uno

Jaramar y yo habíamos tenido un intercambio de monólogos o diálogo de sordos acerca de «La última palabra», una canción centenaria que los zapotecos del Istmo oaxaqueño cantan a sus muertos como despedida y que ella incluyó en Diluvio, su nuevo disco, pero despojándola de todo luto. El arreglo, más que vestir de armonía la melodía, como suelen hacer los arreglos musicales, en este caso modifica la estructura del ritmo, que originalmente es una mazurca, para hacerlo alegre y bailable, y recurre a efectos electroacústicos propios de la música más efímera con fines exclusivamente comerciales, ligereza que había sido objeto de algunas críticas y objeciones mías. El arreglo en general y el efecto electroacústico en particular me resultaron del mal gusto, por no decir una aberración estética, así como una falta de respeto o rigor, dicho que a su vez me hacía parecer quizás un purista o puritano.

Cuando le pregunté a la cantante -que en este disco se estrena como compositora- por qué no había incluido la letra en diidxazá o zapoteco del Istmo oaxaqueño y si acaso había unido dos versiones en español, respondió a lo primero que la letra en zapoteco no tenía el "color" que ella buscaba; a lo segundo contestó con una generalidad abstracta sobre la personalidad de sus propias versiones y lo flexible y dúctil que es la música tradicional, contestación que yo interpreté así: en vez de unir dos versiones en español, como parecía, alteró la versión original; lo supongo y supongo también que es válido, aunque la canción tiene dos autores reconocidos, así que no es del "dominio público". Fue compuesta en español por Daniel C. Pineda, que la presentó en 1909, acompañándose con una mandolina. Posteriormente, Juan Stubi escribió una letra distinta en diidxazá, titulada Guendanabani Xhianga Sicarú (Cuan hermosa es la vida). Creo que los zapotecos del Istmo, al menos en Juchitán, prefieren la versión en diidxazá; la sienten más propia, por razones obvias.

Al desarreglo, concebido como para sinfonola de cantina o para "amenizar" una fiesta rascuache, lo califiqué "de calidad intermedia" entre las dos versiones que tiene Jaramar de la canción «Flor de azalea», de Zacarías Gómez Urquiza y Manuel Esperón, "una muy hermosa y la otra una vacilada"; pero algo inhibió mis críticas y me impidió llevarlas hasta sus últimas consecuencias. En primer lugar, yo parecía un conservador, como ya dije, y en segundo lugar, ella se mostraba demasiado susceptible y, aunque lo niega, estaba a la defensiva. Por no agredirla, si acaso era lo que ella sentía, me abstuve de decir que el efecto electroacústico (mi principal molestia), más que un chispazo arreglístico, parecía una ocurrencia ebria, y que el desarreglo en general no "modernizaba" ni "actualizaba" una canción tradicional, como probablemente pretendía, sino que la "acorrientaba" o "vulgarizaba", hecho que, si fuera la intención, también sería absurdo, pues los zapotecos del Istmo tienen cien años cantando esa canción por las calles en sus procesiones funerarias, principalmente, aunque también en sus borracheras de día de muertos. Mejor me remití a una película que no logro ubicar, en la que un grupo de músicos acompañan un cortejo fúnebre con música para la ocasión que de pronto cambia por la marcha de los santos y todos se ponen a bailar con singular alegría, hasta que la música vuelve a ser mortuoria.

Nuestro diálogo de sordos o intercambio de monólogos lo fue en la medida que Jaramar contestó como pensando en voz alta durante una sesión con el sicoanalista y yo parecía buscar cualquier pretexto para un ejercicio escritural, también terapéutico, aunque sospecho que ella nunca estuvo tan consciente como yo de nuestra falta de correspondencia. La "discusión", como la llamé, o "larga plática virtual", como lo hizo ella, está en hi5, por si alguien quiere leerla.

Finalmente, ayer en la noche pude ver en vivo por primera vez a la cantante, compositora y pintora, que además de llamarse Jaramar (Nuestra Madre la Mar, en huichol) y ser una mujer hermosa, no escribe tan mal... Y fue una delicia. En plena madurez, su voz ha cambiado, más no envejecido; con sorprendente flexibilidad, modula suavidad y potencia. De movimientos lánguidos y elegantes, vestida a la mexicana, como siempre, habla parsimoniosamente, pero sin solemnidad, con lucidez y un sentido del humor ágil y sutil a la vez. Su rostro, mapa moreno del mestizaje hecho canto, parece tener la práctica maestría de una gesticulación estudiada. Ese rostro de pómulos inmensos, ojos ligeramente saltones y labios orientales, es tan ambivalente como la aparente fragilidad de su cuerpo.

Al presentar «La última palabra» en un adelanto de su nueva producción, dijo que el arreglo de esta canción tenía el sonido intencional de "un cabaret de tercera a las cuatro de la mañana" y la cantó en su versión "arrabalera", pero sin el efecto electroacústico ("seudo radiofónico", lo llamé después), ausencia con la que puede resultar tolerable y hasta disfrutable, según el estado de ánimo y, en su caso, la ignorancia que pone a salvo a cualquiera de quisquillosidades. Luego del concierto y la firma de autógrafos, le dije que su propia definición del desarreglo que habían hecho resumía todas mis críticas y nos hubiera ahorrado la discusión, a lo cual respondió con una risa explosiva, rebosante de la frescura y la jovialidad que yo había perdido absolutamente, quizás en el camino a Radio UNAM, donde tuvo lugar la presentación.

[] Iván Rincón 4:08 PM

Octubre 20 de 2008

¿Será en vano acaso el aullido de los lobos en sus gélidas noches de insomnio y luna llena? ¿Será en vano su llamado melancólico al amparo del bosque y al socaire de la estepa, voz perdida en los médanos del desierto y el rumor de la selva? ¿Se perderá su música en la distancia del horizonte como un grito en la inmensidad del vacío que dejó tu partida? ¿Se perderá también en lontananza el viento que silva entre las ramas y hace volar a las hojas amarillas como polillas o mariposas monarcas?

Una de estas noches se encontrarán nuestros pasos a la luz de los faroles y la sombra de los árboles y las estatuas con el paso del tiempo, el baboso rastro de los caracoles y el crujir de las hojas muertas en otoño, temporada en que se sienten inspiradas para el suicidio, así como las noches de insomnio y luna llena son propicias para la muerte voluntaria de los poetas, cuando los lobos aúllan para confirmar su lugar en el infinito, porque la certidumbre de su infinitesimal tamaño con respecto al universo es mayor que la de un ser humano. Los lobos no aúllan al cielo en vano.

En vano ha sido mi renuncia, pues he visto gravitar en la espesura tu atuendo vaporoso, tu cabello largo, y te he llamado en silencio desde la soledad del laberinto; he buscado tu rostro en la oscuridad de la memoria y he seguido tu rastro en la arena del sueño que acecha el alba, donde escribí tu nombre y dibujé tu recuerdo, tu nombre que alguna vez grité desde la profundidad del abismo, tu recuerdo borrado por el viento del olvido, y mi grito extraviado en la inmensidad del vacío...

Además arrojé tu nombre al mar dentro de una botella para que algún día te sumes a mi naufragio y no sea del todo en vano. Por eso el mar sabe tu nombre, pero yo he terminado por confundir el rumor de las olas con el paso de las horas y los días. Yo, que soy mi propia isla, si acaso recuerdo algo, es que hubo lobos aquí, pero también se han ido; me he quedado solo con mi delirio, buscando a ciegas tu mano en la oquedad, y todo ha sido en vano. Ahora no hay nada más triste que un plenilunio sin aullidos que acompañen su reflejo de luz intensa pero ilusoria como la ausencia nocturna de los pájaros.

Los lobos no aúllan al cielo en vano, pero yo sí.

[] Iván Rincón 11:55 PM

Octubre 12 de 2008

En el texto publicado aquí el 11 de septiembre, despublicado inmediatamente y republicado unos días después, pero con la misma fecha y tan modificado que parece otro, fue suprimida una parte alusiva a Oaxaca. Quizás alguien la haya leído. Cinemark parecía burlarse del público, por no decir su clientela, y yo me burlaba de Cinemark en un tono parecido al de Carlos Monsiváis cuando se siente pletórico de ingenio y es más bien insoportable. En vez de trabalenguas, escribí tragalenguas, lapsus que me hacía parecer un genio. ¿A poco ño, ñero?

Lo que se refiere a Oaxaca debí escribirlo hace dos años, cuando comenzó a dar vueltas en mi obsesiva mente (en mí, obsesivamente), a saber, que así como la tragedia ocurrida el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York prácticamente borró de la memoria colectiva la del 11 de septiembre de 1973 en Chile (al menos entre quienes están bajo la influencia mediática del capitalismo), en septiembre de 2006, la guerra desatada por Ulises Ruiz Ortiz contra el pueblo de Oaxaca estaba en uno de sus niveles más altos de tensión, lo cual ocasionó que mucha gente medianamente informada olvidara que en esos días cumplía una década el golpe de estado a escala en Loxicha y la cacería emprendida a partir de entonces. Me refiero a la gente medianamente informada, pues la que vive en el limbo y su mundo se reduce a la televisión no tiene nada qué olvidar. La cacería en Loxicha con el pretexto del EPR es comparable con la guerra del chacal y sus esbirros en cuanto a números de personas asesinadas o detenidas, así como de familias enteras que tuvieron que abandonar sus casas y desterrarse, o gente que ha vivido escondida o en el exilio. Algunas de las personas detenidas por su presunta participación en acciones del EPR continúan en prisión a pesar de la defensa legal que asumió el despacho jurídico de Israel Ochoa Lara y que ha logrado liberar a la mayoría. La tragedia de Loxicha pasó al último plano de la memoria en el mejor de los casos y al olvido absoluto en el peor de ellos, también a pesar de que dos ciclones sucesivos devastaron la Sierra Sur de Oaxaca luego de que los caciques locales y sus bandas armadas recuperaran el control de la región con el apoyo del ejército federal y la policía. El desgobierno del estado y la gerencia del país bendecirían ese golpe y su cauda represiva, como el imperio/emporio había bendecido el golpe militar en Chile y como la usurpación del poder en Oaxaca por el chacal y sus esbirros bendijeron después el golpe militar de Calderón y su mafia, tal como los golpistas a nivel nacional bendijeron la guerra del chacal y sus esbirros... La complicidad como sistema es también un círculo de impunidad. ¿Qué sería del demente que se robó la presidencia de Estados Unidos con dos fraudes electorales sucesivos sin la tragedia del 11 de septiembre? ¿Qué habría sido de la Junta Militar en Chile sin el Pentágono y la CIA? ¿Qué sería del chacal sin la materia fecal en que se apoya? ¿Y qué sería de la materia fecal sin el crimen organizado? La respuesta es la misma en todos los casos: serían piezas sobrantes de un rompecabezas llamado mundo feliz.

Con esto doy por terminado el texto del 11 de septiembre, al que todavía ayer hice una última corrección. Ese es quizás el texto más manoseado que he escrito, lo que me hace pensar que, como escritor, soy un buen escultor.

[] Iván Rincón 4:02 PM

Posdata que trata de parecerse a las del Subcomandante Marcos y no puede porque son más bien las posdatas del Subcomandante Marcos las que se parecen a las mías. Por no pecar de modestia, parece que un par de periodicazos detuvo la destructividad compulsiva de los talavalles en las delegaciones Coyoacán y Benito Juárez, al menos por el momento. Primero fue una nota informativa en La Jornada y después una carta en El Correo Ilustrado. La carta decía: "Los árboles que no encontramos hechos pedazos de un día para otro son mutilados a lo bestia o borrados de plano". Ahora dice: "Los árboles que nos encontramos hechos pedazos de un día para otro son mutilados a lo bestia o borrados de plano". Eso es lo de menos, sobre todo comparado con "correcciones" anteriores, porque siempre son alteradas las cartas que uno envía y parece que a veces lo hicieran con dolo, como cuando cambiaron el nombre del Concierto Maratónico "El silencio es complicidad" por "El silencio es complicado". Ellos no fueron los únicos. En Radio Educación le pusieron "El silencio es complícito" (sic) y "El silencio es excelencia". Carajo. Decir "El silencio es complicidad" requería de una gran solidaridad por parte de La Jornada y una inteligencia extraordinaria en Radio Educación. Pero eso es lo de menos, decía. ¿Recuerdan ustedes un texto en el que me referí a un árbol inmenso de retorcida belleza, posiblemente centenario, cuyo tronco había crecido horizontalmente hacia la calle? ¿Recuerdan lo que dije: que las "autoridades" de Coyoacán lo talarían por estorbar al coche que no pudiera estacionarse allí? Lamento en lo más profundo del alma que mi pronóstico haya sido acertado. Toda una vida había pasado por allí, pero bastó con que yo lo viera detenidamente y augurara su muerte para que, poco tiempo después, quizás al día siguiente, llegara la barbarie que se cree civilización y arrasara con ese monumento a la naturaleza. Estas horribles imágenes (una y dos) son el rastro del árbol y de la destrucción asesina que asola esta ciudad y cuyo saldo es comparable con el de un huracán, un terremoto, un tsunami o la ira de Dios. Quizás los talavalles "se sienten Dios en el poder" («El Precioso» dixit). Por lo pronto, parece que algo los contuvo...

[] Iván Rincón 4:35 PM

Octubre 2 de 2008

Te quedarás sin lectores, que de por sí no son precisamente una multitud, si vuelves al tema, dijo mi otro yo con una voz tan distinta y distante a la mía que más bien parecía un mensaje telepático. Me subestimas, respondí en silencio. En primer lugar, escribo para mí, que seguiré leyéndome hasta que muera y si alguien más lo hace no espero que sea un público masivo, sino uno que otro ser que piense por todos los que no me leen. Pasaron unos segundos, que aproveché para revisar mi respuesta, y entonces mi otro yo rompió el silencio con una carcajada reverberante que se elevó hasta perderse entre los nubarrones que dejaban atrás la noche tibia del miércoles y se adentraban en la madrugada fría del jueves. El tema que, según aquella extraña voz, me dejaría sin más lector que yo, era el de la barbarie que amenaza con dejar sin árboles esta ciudad, empezando por el sur, en donde vivo, por donde paso y hacia donde miro. ¿Cómo pensar en otra cosa -me pregunté- si es lo primero que veo en cuanto salgo a la calle: árboles menos, restos y restas de árboles grandes, medianos y pequeños, vestigios como reliquias, reliquias como vestigios, huellas del aplastante paso de una demencia con suficiente poder para borrar y barrer impunemente con todo lo que tenga vida y no se mueva, no se defienda, no hable, no proteste, no denuncie el atropello, reciedumbre de esta locura ecocida, esta destrucción a gran escala que parece ser el signo de los tiempos en la ciudad de la esperanza de llegar a salvo a casa, una vez calmado el régimen policiaco?

Había escrito con repetitiva insistencia que alrededor del Museo Nacional de las Intervenciones, en donde hago ejercicio, fueron talados árboles que tenían hasta un metro de diámetro. Había escrito después que brotaron retoños de sus restos mortales. Observando maravillado este milagro, distinguí en la penumbra que un perro, seguramente muy grande, había defecado en uno de los troncos mutilados, entre los retoños, como antes ocurrió frente a mi edificio. Ahora me encuentro con otro símbolo de la ignominia que desgobierna esta ciudad: quienes talaron los árboles regresaron días después y arrancaron los retoños. Todos. No dejaron nada más que la base pelona del árbol sin árbol y la mierda intacta como corolario. Ante esta desolación escatológica, me pregunté por qué no arrancarían de una vez las raíces. "No les des ideas", dijo mi otro yo, ahora con voz de mujer (1). Aquí son más metódicos, pensé, inclusive implacables, pero tampoco son radicales. De hecho, no hay gran diferencia entre una mafia de color azul y una de color amarillo. Las de color amarillo suelen aliarse con sectores reaccionarios por ser también pudientes, como lo hizo Dolores Padierna, entonces llamada La Talibana, en la delegación Cuauhtémoc, al hacer su campaña contra los antros gay de la Zona Rosa y particularmente contra El Taller, por ser el más emblemático. En Coyoacán decidieron darle gusto a la derecha yunquista que hace marchas con la consigna de que "iluminemos México". Por eso hay faros gigantes que nos hacen sentir en una cárcel de alta seguridad al pasar por cualquier parque o plaza pública. A semejante irracionalidad, que agrede a la vista y al cerebro, y ofende a la dignidad, le llaman seguridad pública.

"Te quedarás sin lectores", remedé a mi otro yo. Si algo realmente me preocupa es que nos quedemos sin árboles...

Al ver la hora en el reloj Casio que me costó doscientos pesos en el Tepito de Acapulco y, a diferencia del que me robaron y costaba más del doble, tiene luz, confirmé que era dos de octubre, una fecha idónea para pronunciarse en contra de la barbarie en cualquiera de sus formas y en cualquier lugar del mundo, sea Fallujah o Kosovo, Ciudad Juárez o Tlatelolco, Benito Juárez o Coyoacán, sea una masacre de niños o mujeres, animales o árboles. Viendo mi reloj de doscientos pesos, que tiene además seis alarmas, dos cronómetros y la hora de todo el mundo, escuché que un vehículo pesado se acercaba a mis espaldas. Por el motor supuse que sería un tractor extraviado, pero, al voltear sobre mi hombro, descubrí boquiabierto que era un tanque de guerra, que subió a la banqueta y embistió a todos los árboles, derribándolos hacia mí, en la dirección que seguía, como si el objetivo fuera yo, así que eché a correr sin entender nada, cuando un disparo de cañón derribó el portón de la casa de Dios. Para mayor sorpresa mía, detrás del tanque venía un grupo de curas con una manta que decía: "¡Estamos con usted, Señor Presidente! ¡Hay que detener la conspiración comunista!" Y detrás de los curas, una turba de ebrios con grandes sombreros y banderas de México, gritando, caguama en mano: "¡Viva México, cabrones!" Esos han de ser la reminiscencia de septiembre, cuando hacen su agosto los franeleros de Coyoacán, pensé, ahora con permiso del desgobierno delegacional para vender protección. Corrí entonces hacia Xicoténcatl, en donde me cerró el paso un ejército de violadores con uniformes grises. Esta no es la pesadilla del dos de octubre, dedujo mi otro yo con voz de locutor al aire desde una emisora clandestina. Brillante conclusión, comenté corriendo por una bocacalle.

Ignoro de dónde habrá salido una multitud enardecida y armada de bazucas artesanales, bombas molotov con gasolina y clavos, resorteras, tubos y piedras. El zafarrancho no se hizo esperar. La confusión aumentó en la medida que surgieron grupos de la más diversa índole, incluso una pandilla de niños, incalculablemente numerosa, que se enfrentó a pedradas con el tanque de guerra y otros vehículos blindados y artillados, y los dejó en calidad de chatarra.

El caos habrá durado unas ocho horas, al cabo de las cuales no había más que humo y destrucción, cadáveres esparcidos entre vehículos en llamas. Los sobrevivientes habían abandonado el campo de batalla, con excepción de uno al que parecía no quedarle un ápice de cordura. El demente pateaba y golpeaba con un palo el cuerpo inerte de una mujer indígena; sin advertir mi presencia, le arrancaba la ropa y la mordía como si tuviera rabia. Agitado, el individuo se desabrochó el pantalón y sacó su pene erecto para orinar sobre el cadáver. Al orinar, el pene perdió su erección y la bestia se lo guardó, se abrochó el pantalón y volteó a verme con los ojos inyectados y espuma en la boca. Entonces lo reconocí. Era Ulises Ruiz Ortiz. "No investigues si tengo nexos o no con el cártel del Golfo", me dijo. "Investiga el posible negocio maderero de Germán de la Garza. Investígalo a él, porque si me investigas a mí, voy a violar a tu esposa antes de matarla y también a tus hijos antes de comérmelos vivos". En busca de una piedra para arrojársela, encontré a primera vista una bazuca. La recogí. Estaba cargada con un petardo. Apunté hacia el chacal, pero ya no estaba. En su lugar había una hiena, que echó a correr al ver que yo le apuntaba. Disparé de todos modos y atiné a herir una de sus patas traseras. La hiena siguió corriendo, cojeando y emitiendo un alarido monstruoso que, paradójicamente, parecía tener algo de humano.

Por supuesto, dijo mi otro yo. Hay que averiguar a dónde llevan los árboles que talan y qué hacen con ellos. Esta vez no habrá Humberto Musacchio ni cobarde por el estilo que salga en defensa particular de la gran mafia que está destruyendo la ciudad... Una de las alarmas del reloj Casio de doscientos pesos me hizo poner de nuevo los pies en el suelo. Recordé que ese reloj me lo había vendido una adolescente morena que, mientras me explicaba cómo usarlo, acariciaba mis muslos con los suyos, ella de minifalda y yo en pantalón corto, ella imperturbable y yo sudando a mares. Miré a mi alrededor, entre el Parque Xicoténcatl y el Museo Nacional de las Intervenciones, y decidí regresar con la luz del día a fotografiar los árboles sobrevivientes del holocausto antes de que fuera demasiado tarde, y después hacer lo mismo con sus restos y restas cuando los hubieran borrado y barrido. Por hoy es todo, me dije.

No te faltarán lectores -sentenció mi otro yo- mientras tengas enemigos.

[] Iván Rincón 9:36 PM

Septiembre 19 de 2008

Algunos sueños cobran importancia con el tiempo y emergen de la memoria con la claridad del agua en donde reposan. Hoy soñé con un sismo, quizás en el momento que un vehículo pesado hacía temblar el edificio al pasar por aquí. Dormido, pensé que el movimiento de la cama era telúrico, pero que no tenía suficiente fuerza para despertarme o que más bien era yo quien no tenía fuerza para despertar. Lo cierto es que había olvidado el asunto cuando una foto en La Jornada digital me remitió a la fecha del terremoto que sacudió a la Ciudad de México en 1985 y devastó buena parte del Centro Histórico. Entonces recordé la sensación de unas horas antes y lo que soñé hace 23 años, algo que he revivido tantas veces y con tanta nitidez como para creer que ha tenido réplicas, al igual que las tuvo el terremoto, porque además reproduce un episodio real, pero con una ruptura; a saber, que un grupo de personas picábamos paredes y techos de lo que había sido el Hospital Juárez, mientras otro grupo levantaba el cascajo con palas, todos con tapabocas para proteger del polvo a los pulmones, pero no al olfato y al cerebro de la pestilencia que impregnaba el ambiente dentro de muchos kilómetros a la redonda... la fétida presencia de la muerte, así no pudiéramos verla, entre la destrucción en abundancia también pestilente.

Era de noche y todo era gris, objetivamente gris como el polvo, y subjetivamente gris como los estados de ánimo en la memoria y sus repentinos o paulatinos cambios. Yo tenía cierta urgencia de que llegara mi turno para descargar la energía que llevaba contra un muro que había caído entero y al que no parecían hacerle ni cosquillas los repetitivos, intermitentes y monótonos golpes de pico. "Voy a hacerte pedazos en menos de una hora, pinche muro", mascullaba yo, que no soportaba el frío ni el hedor. "Conmigo vas a durar poco, verás". Finalmente, al llegar mi turno, bajé unos tres metros entre las ruinas y los escombros, y una persona me dio el pico mientras otra tomaba una pala. El que había puesto en mis manos el pico se acercó a una chamarra, que supuse sería suya y se la llevaría, pero el caso era muy otro.

-Nomás no le vayas a dar un picotazo a este cabrón -dijo.

La chamarra cubría el busto de un cadáver con el resto del cuerpo atrapado bajo el muro (como una gran rata en una gran ratonera), el rostro gris, el pelo gris y la cabeza desfigurada. El impacto sicológico mermó el impulso acumulado con el que pretendía batirme a golpes contra el muro. Mi antecesor hizo una broma que no escuché porque todos los factores traumáticos de aquella noche concurrieron en un instante y quedé aturdido, tanto que no recuerdo si puso la chamarra de nuevo en donde estaba o dejó el cadáver a la vista para que yo no lo golpeara. Supongo que la broma decía que el muerto ya estaba muerto y eso era bastante como para que yo además le rompiera la cara. "Dale chance". O quizás, por el contrario, decía que no importaba si yo erraba un golpe, al cabo el muerto ni cuenta se iba a dar y además ya estaba para el arrastre. Quizás el ambiente, pletórico de tufos y una total ausencia de colores, era propicio para el humor negro, pero aquella súbita confirmación de la muerte, hasta entonces intuida, primero me alteró y después me hizo sentir abatido.

Hasta aquí todo es real, y seguramente piqué cemento durante dos o tres horas hacia la cercanía del alba, concentrando mi esfuerzo en el muro para soportar el hedor y evitar una mirada más al rostro tumefacto que acompañó mi jornada en silencio y sin parpadear siquiera. En el sueño, dejé de trabajar al dar con el pico en la cara del muerto y ver que manaba sangre negra y espesa. Ese otro impacto me despertó y noté que el aire del cuarto estaba saturado con la pestilencia impregnada en mi ropa. Desde entonces, tengo la sensación de haber soñado exactamente lo mismo, una y otra vez...

Al parecer, el sismo de hoy ocurrió nada más en mi sueño de hoy, afortunadamente.

[] Iván Rincón 6:07 PM

Septiembre 11 de 2008


El sapo y la pedrada: coincidencias de ese tamaño

Hace unos días, en los cines de Pericoapa había un cartel gigante que tapizaba el muro exterior entre otros dos carteles del mismo tamaño. "Al chile... ven y apoya al cine mexicano", decía. "$10 por función. Jueves 11 de septiembre. Cinemark a la mexicana". Y entre las letras se distinguía penosamente la empequeñecida figura de Bruno Bichir con un ademán de presentación que parecía decir: "¡He aquí el cine mexicano!". Como las manos apuntaban hacia el cartel de junto, uno desviaba la mirada y leía: The Bank Job. El robo del siglo, mientras el otro cartel anunciaba: Eagle Eye. Control total, de próximo estreno. "Ouh, yea!", exclamó el observante. "¡Viva el mexican film!" Junto a las películas gringas en exhibición y las de próximo estreno había una titulada High School Musical. El Desafío, que es la versión "mexicana" del musical gringo con el mismo nombre. Ante la burla, el observante sintió que Bruno Bichir en miniatura subía a su hombro y espetaba: "¡Al chile, ñero... ven y apóyala! ¡Es el mes patrio!"

El «mes patrio». Así llaman los demagogos a septiembre, un mes en que la bandera de México es orgullosamente izada por fuera de casas y coches, y ondeada en calles y plazas, donde la multitudinaria turba se identifica y satura el aire de ruido y humo, con los que llena el vacío de la cabeza, que en estos días sirve para portar un sombrerote. ¡Viva México!, grita la muchedumbre que engenta el Zócalo capitalino y el centro de Coyoacán y agrede al que no grite, más aún si es güero y narizón -¡haz de ser franchute, culero!- y su gesto expresa molestia por la contaminación que llaman «fiestas patrias» y tiene un efecto embrutecedor comparable con el de la religión, la televisión, el fútbol o una borrachera masiva de tequila y cerveza en ayunas, sobre todo en la «noche del grito», ese que, a fuerza de repetirlo cada año y rodearlo siempre de colorida estridencia, la demagogia despojó finalmente de significado y sentido histórico, y la estupidez ha convertido en un grito ebrio de alcohol y soberbia.

La «noche del grito», podría ser el título de una película de horror, una horrible película de espantos, una espantosa película de cine mexicano a diez pesos por función en Cinemark durante un día del año, pero es más bien el nombre del momento climático en que la estupidez a la mexicana se desata y anda suelta, y los fuegos de artificio superan a la pirotecnia de Hollywood y ni quién asocie el olor de la pólvora quemada con una revolución, como la que sería cualquier movimiento de independencia nacional en un país bajo dominio colonial. Por costumbre y tradición, el rastro humeante de cohetes y cohetones, palomas y chifladores, no tiene más contexto que los alegóricos festejos septembrinos, o sea, la inconciencia colectiva, la sensibilidad social aturdida, la confusión de sentimientos, la evasión...

Tres tristes tigres

El hecho de que nos hayan robado la patria es una tragedia; ignorar ese hecho es otra tragedia; festejarlo o festejar la ignorancia al respecto es una tragedia más; pero «Cinemark a la mexicana» hace pensar al observante en otra triple tragedia, valga el trabalenguas. El patriótico día en que esta cadena de cine comercial generalmente gringo exhibe cine mexicano barato, ocurre desde hace siete años el segundo jueves de septiembre, que hoy coincide por partida doble con una fecha trágica: la de los atentados terroristas de hace siete años contra las torres gemelas del World Trade Center (WTC) en Nueva York y el edificio del Pentágono en Washington, por no mencionar los objetivos fallidos. La fecha de aquel crimen contra la humanidad coincide a su vez con la del golpe de estado en Chile, auspiciado por el gobierno del país agredido por sus engendros terroristas 28 años después ("El que siembra vientos, cosecha tempestades", reza el proverbio que, en este caso, debería decir: El que siembra tempestades, cosecha lo que siembra). El ataque al WTC y al Pentágono, además de levantar una cortina de humo y polvo en la memoria histórica de América Latina, salvó del naufragio al desgobierno de Bush el pequeño y sirvió de pretexto para la destrucción de una civilización entera en Medio Oriente, empresa que apenas empieza, porque después de Irak y Afganistán siguen Irán y Siria. Tres grandes tragedias y terrorismo en los tres casos, que podrían ser más de tres si tomamos en cuenta que el 11 de septiembre de 2001 ha servido también para justificar un repunte del totalitarismo en el mundo occidental encabezado por Estados Unidos, al hacer de las detenciones arbitrarias, las cárceles secretas, la incomunicación prolongada de prisioneros, la tortura y el espionaje a la sociedad civil, entre otros atropellos propios del fascismo, parte normal de la vida política, tan normal como en cualquier dictadura del pasado, haya estado bajo la dirección de un partido "comunista" o una junta militar.

«Mundo libre», se autodenominaba el capitalismo para contrastar, así fuera nada más en apariencia, con el bloque de países en donde no existía economía de mercado ni democracia formal, o sea, "libertad", según su lenguaje de eufemismos orwellianos, que también llama "liberar" al acto de invadir un país, destruirlo y lucrar con sus ruinas. ¿Qué fue de ese «mundo libre» y su gran líder, «el país de la democracia perfecta», como lo llamaban los perfectos imbéciles? Con el pretexto del terrorismo internacional (que también encabeza Estados Unidos, paradójicamente), el poder usurpado con dos fraudes electorales sucesivos por una pandilla criminal restringe las libertades y los derechos civiles en su propio país y lo lleva inexorablemente al abismo. Como si no bastara con el pantano del que no puede salir en Medio Oriente, revive la guerra fría y promueve el militarismo y la carrera armamentista en países surgidos de la barbarie...

Hace 35 años, las cosas no eran muy diferentes. Luego de fracasar en Vietnam, el gobierno de Estados Unidos auspició un golpe de estado en Chile que enlutó a miles de familias en el exilio desde entonces o resistiendo en su tierra la brutalidad del régimen militar. El 11/9 de 1973 no fue menos terrorista que el 11/9 de 2001. Por ser terrorismo de estado, "el de la peor especie", según Octavio Paz (1), el ataque al pueblo de Chile fue más criminal que los avionazos contra las torres gemelas de Nueva York y las oficinas de Washington. Si el 11/9 es un día de luto para América del Norte, con más razón lo es para América del Sur. México, que geográficamente forma parte de América del Norte, en todos los demás aspectos es un país latinoamericano. En el «mes de la patria» no tenemos nada qué festejar. Por el contrario, además del duelo en la patria grande por aquella tragedia, nuestra bandera debería estar a media asta porque también aquí hubo golpe de estado y es demasiado reciente como para olvidarlo, aparte de que no es el primero; el salinazo de 1988 tuvo una réplica exacta en 2006, pero descaradamente apoyada en el ejército, como cualquier otro vil pinochetazo.

«Grito de la independencia». ¿Cual independencia? ¿Independencia de qué? No puede haber peor vergüenza para un país que tener un "gobierno" dependiente del crimen organizado para legitimar el uso de la fuerza que lo impone. El ejercicio de esa fuerza por el estado ante la que es ejercida con una violencia desafiante al margen del estado, en realidad requiere de ella para legitimarse, tanto como la camarilla del demente que usurpa la presidencia de Estados Unidos requiere del terrorismo internacional engendrado por su país. Las similitudes son enormes. No olvidemos que Osama Bin Laden, como cabeza de una organización paramilitar, es producto del Pentágono y la CIA, con el que pretendían combatir la ocupación rusa en Afganistán. Y no olvidemos que Los Zetas, la banda paramilitar más terrorífica y sanguinaria que opera en México bajo el mando del cártel del Golfo, surgió del ejército federal mexicano con entrenamiento kaibil. De esa delincuencia desertora del estado es que depende la mafia trasnacional de Felipe el espurio para ejercer funciones, las únicas que concibe, a saber, la función de la fuerza y la de una película mexicana por diez pesos en Cinemark.

Una de cal...

Entre la apabullante cantidad de cine gringo, generalmente de lo peor, Cinemark dedicará por entero el día de hoy al cine mexicano, del que proyectará unas treinta películas en todos sus complejos a nivel nacional, lo que representa unas 1,700 funciones. Los ingresos recaudados en taquilla, que el año pasado sumaron 340 millones de pesos, serán destinados al Fondo de Inversión y Estímulos al Cine Mexicano (Fidecine), que tiene como principal función la de financiar la realización de nuevos proyectos cinematográficos con siete millones de pesos en unos casos y la mitad de esa cantidad en otros casos, aunque también asume la absurda tarea de premiar a la película mexicana más taquillera del año, esto es, darle dinero adicional a la que más dinero haya ganado, así no sea precisamente la mejor (2).

«El día del cine mexicano» o «Cinemark a la mexicana»... Se trata de un proyecto supuestamente altruista que involucra a productores, distribuidores y exhibidores con el patriótico fin de "apoyar" a la industria de cine nacional (cuya existencia es tan relativa como la de una patria llamada México). Los distribuidores prestan su material de forma gratuita y los productores ceden sus derechos por un día (¡qué barbaridad!, ¡cuánta generosidad!), mientras que los exhibidores... ¡ah, los canijos exhibidores! Esos que, junto con Cinemex y Cinépolis, son al cine lo que Televisa y TV Azteca a la televisión, o sea, algo muy próximo al monopolio y muy representativo del neoliberalismo salinista, luego salinismo con sotana y ahora con uniforme militar, son también los que deciden, sin más criterio que la ganancia monetaria, si una película permanece en cartelera o desaparece, y si es exhibida en su idioma original o doblada al español. ¿Habrá alguien tan ingenuo como para creer en la buena onda de «Cinemark a la mexicana», tan nacionalista y patriótica ella como los planes de Felipe el espurio y su mafia trasnacional para la industria petrolera mexicana? En «el día del cine mexicano», Cinemark cobra la fabulosa cantidad de diez pesos (antes del salinato era más barato), pero el negocio está, desde luego, en la dulcería y la publicidad, porque antes de cada película hay que tolerar veinte minutos de anuncios comerciales y avances de próximos estrenos.

En fin. Para terminar como empezamos, refiriéndonos a la coincidencia de efemérides trágicas, entre las treinta películas mexicanas que proyectará Cinemark el día de hoy, hay una titulada El clavel negro (The Black Pimpernel), coproducción de México-Suecia-Dinamarca, dirigida por Asa Faringer y Ulf Hultberg, acerca del embajador sueco en Chile, Harald Edelstam, que brindó refugio a 1,300 personas durante el golpe de estado... Ya habrá oportunidad de verla después, espera el observante, que no quiso apoyar al cine mexicano mediante una cadena privada con yugos y grilletes. "Al chile". Prefirió quedarse a terminar de escribir este choro, de esta manera, precisamente aquí.

1. Octavio Paz declaró al terrorismo de estado como "el de la peor especie" cuando fue condenado a muerte un terrorista confeso en Cuba. Con esta declaración, el polémico escritor implicaba que eran preferibles los frustrados actos del terrorista que su muerte a manos del estado. Claro que Paz no era, ni por asomo, un hombre de izquierda o progresista (aunque Adolfo Gilly dice que lo fue en una época), pero tratándose de una referencia de autoridad y del golpe militar en Chile, tenía razón: el terrorismo de estado es "el de la peor especie". Ahora los Krauze, que se dicen "herederos de una tradición intelectual" encarnada en su momento por el autor de El laberinto de la soledad, son los más fervientes promotores en México del genocidio en el mundo árabe. Los Krauze, por cierto, son judíos, así que su país de origen y destino es Israel, un estado terrorista.

2. A veces son precisamente bodrios de la más baja ralea los que tienen mayor éxito en taquilla, como es el caso de Así del precipicio, infame desde el nombre, que resultó de lo más taquillero por el desnudo total de Ana de la Reguera. Aunque al observante le fascina físicamente esa mujer, tiene serias dudas de que valga el tiempo y dinero que uno gasta conocer detalles tan íntimos de su cuerpo como la cicatriz de una operación de apendicitis disimulada con el tatuaje falso de un toro. Después de ver a la actriz haciendo comerciales de Coca Cola y películas "así del basurero", el observante ha decidido que prefiere mil veces a la Mayor Ana María del EZLN.

[] Iván Rincón 89.1 FM

Septiembre 1 de 2008

Este post es posterior al siguiente del anterior... Perdón. Va de nuez. Este post es una post-data posterior a la post-data anterior.

En la esquina de Nevado y Rumania, de Portales Sur, a una cuadra de donde "vivo", fue desmantelado un gran salón de fiestas y convenciones. A su alrededor había por lo menos diez árboles también grandes. Dos de ellos, flanqueando la entrada, estaban protegidos por cubos de celosías. De todo eso no queda nada. Aunque tenían lugar en la vía pública, los cubos y el piso de lujo que antecedía la entrada sobre la banqueta eran propiedad privada, así que desaparecieron junto con el salón y, unos días después, desaparecieron también los árboles, que no eran propiedad de nadie, sino de todos. El propietario del edificio consiguió permiso de la delegación Benito Juárez para talarlos a cambio de sembrar muchos más en otro lugar.

Al enterarme de tal aberración se me ocurrió preguntarle al individuo, de apellido Uribe, si tenía hijos grandes, y qué pensaría si les quitaran la vida a cambio de que el asesino tuviera muchos hijos más para reponer a sus víctimas. Si los hijos de este Uribe son niños, la esposa está en condiciones de concebir todavía y el asesino puede tener muchos otros niños con ella para que sean parecidos a los que mató. Si la mujer ya no es capaz de dar a luz más hijos, el asesino puede tenerlos con muchas otras mujeres. Claro que "tenerlos" es un decir, porque el mentado Uribe plantó cientos de árboles quién sabe dónde a cambio de los que asesinó, pero no creo que se haga cargo de ellos, es decir, que asuma su cuidado hasta que tengan la edad y el tamaño de las víctimas mortales. ¡Diez árboles grandes en una sola esquina!

¿Cuánto habrá ganado el delegado y su mafia por esa masacre, que es pecata minutissima en comparación con el ecocidio que ha tenido lugar tanto en Benito Juárez como en Coyoacán desde finales del año pasado? Para que sea negocio, la tala de árboles debe tener dimensiones colosales, como suele tenerlas un ecocidio, como las tiene, por ejemplo, el ecocidio cometido por el ejército federal en la selva de Chiapas...

Me pregunto si el depredador privado con permiso "legal" para destruir vida pública es pariente del genocida colombiano con el mismo apellido, porque si la coincidencia no es casual estamos entonces ante un caso de bestialidad hereditaria, un mal de familia que amerita ser erradicado, por supuesto, con el respectivo permiso de la "autoridad" correspondiente. No sea que el autor de este blog termine en la cárcel por los delitos de «apología de la violencia», «sedición», «conspiración», «asociación delictuosa», «daño moral», «insultos y amenazas», «lesiones», «epítetos y escupitajos a la autoridad» y «los que resulten», es decir, los demás que se deriven de los hechos aquí denunciados ("no les des ideas", dice mi otro yo con voz de abogada defensora de mujeres violadas por soldados en Chiapas), mientras las mafias madereras se hacen una para que el azul de Benito Juárez y el amarillo de Coyoacán conformen un área verde, en donde lucran libremente con la muerte de cientos de árboles que suman miles de años de vida y cantidades incalculables de oxígeno que también es vida. ¿Cuánto dinero se "gana" por esta pérdida para la ciudad de la esperanza de ver árboles vivos en el futuro inmediato, pérdida también para el país y el mundo?

Seguiremos dando seguimiento muy seguido...

[] Iván Rincón 11:47 FM